Sindicalismo y Utopía
- mentestudiosa

- 14 oct 2013
- 3 Min. de lectura
A pesar de que el calificativo de sindicalista está siendo, desde hace tiempo, degradado, convirtiéndose casi en un insulto, considero que es una tarea digna de reconocimiento y necesaria.
Creo que el sindicalismo ha tenido y ha de seguir teniendo un protagonismo creativo e intenso en la Historia.
Quienes me conocen y me han tratado saben que no doy la menor concesión al triunfalismo o a la autocomplacencia, no soy de los que se distraen con espejismos. Aunque pueda resultar extraño a algunos, participo de los valores que siempre han inspirado el sindicalismo: solidaridad, unidad, generosidad, internacionalismo, aliento utópico. Y durante los años que tuve la posibilidad de desempeñar funciones de representación de los trabajadores, traté de retratar mi faceta sindical sin arrogancia, pero con sinceridad.
Puede que algunos, empapados de los principios del capitalismo (culto al dinero, sublimación de la ramplonería) entiendan la función del sindicalista como un mero instrumento y coartada de corporativismos o egoísmos; ahí no me encontrarán.
Es cierto y desgraciado que está desapareciendo aquella solidaridad que nacía espontáneamente del trabajo, de la experiencia vivida en común, de las dificultades sufridas conjuntamente. Puede que el Sindicato siga, para gran parte, siendo considerado una cosa justa; pero, a la vez, no tiende a provocar un entusiasmo militante porque instituciones y partidos han desvirtuado esta labor.
No me resigno a ir avanzando hacia una sociedad más egoísta, más mezquinamente materialista; creo que hay que seguir dando la batalla por una sociedad justa, solidaria que erija a la persona como el centro. Porque, a pesar de que en la sociedad estén presentes otros movimientos importantes y que hay exigencias más elevadas de las personas, permanece el problema de que no se puede ser libre si no se es libre en el trabajo.
Reconozco que no sólo está decayendo el sindicalismo, sino toda una época histórica. Pero siempre tendremos por delante el reto de pelear por el control y sobre el destino que dar a las plusvalías de la producción. No se puede ocultar que pierden fuerza las virtudes de otro tiempo, la lealtad, la coherencia, la pasión por la verdad; y avanza una actitud más relativa, a veces casi cínica y con tendencia a la indefinición.
Por ello, es preciso auto-organizarse para medirse, en primera persona, con los problemas; asumiendo nuestra responsabilidad, participando.
El sindicalismo siempre ha significado la lucha por la justicia desde abajo, reivindicando la dignidad del trabajo, el reconocimiento de los derechos. Es indispensable hacer propuestas, preocuparse por los asuntos; porque es demasiado importante como para dejarlo en manos de los que ostentan el poder.
Estamos inmersos en la sociedad que vivimos. La única diferencia posible, de quienes creemos en el sindicalismo, con los demás, siempre por demostrar, es que tengamos ideas, propuestas, etc., para mejorar esta sociedad en la dirección del interés general y tratando de realizar el cambio de la sociedad.
Son aspiraciones muy grandes pero que pueden ilusionar a todos: rechazo de la opresión, respeto de la persona (del desarrollo de su ser y sus relaciones) y dimensión mundial de la necesidad de paz y de justicia.
Porque el sindicalismo no es un trabajo, es una forma de sentir. Te permite salir de tu cómodo individualismo, incluso egoísmo, y ejercitar la solidaridad y la empatía auténticas. Si lo practicas tienes aseguradas experiencias irrepetibles, vivencias memorables que te posibilitarán crecer como persona. Podrás tener la oportunidad de vivir momentos con intensidad, llegar a conocer a compañeros y de saber quiénes se merecen ese trato.
Y con ilusión te queda mucho camino por andar.
Juan Antonio González Sánchez














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