Nuestro Futuro lo hacemos en nuestro Presente
- mentestudiosa
- 2 dic 2013
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Entre los trabajadores que tienen unas condiciones de trabajo “estables” predomina la postura de no necesitar participar en los movimientos huelguistas y/o reivindicativos de igualdad. Esta posición demuestra que no son conscientes (o no quieren serlo) que de no mantenerse la movilización, la lucha, también sus “estables” condiciones de trabajo desaparecerán. Nadie puede sentirse a salvo, porque nadie lo está de la explotación.
La Historia nos muestra que la conciencia de la necesidad de las transformaciones sociales se adquiere de forma lenta y compleja, ya que el miedo, la ignorancia y la indiferencia se comportan como fuerzas que rompen la solidaridad entre los trabajadores. Para frenar a estas fuerzas existe una “formación laboral” que ha de ser permanente: aquella que persigue adquirir una cultura solidaria, crítica y transformadora. Este es uno de los fines del sindicalismo: ser un instrumento que genere una capacidad de respuesta frente a una sociedad cada vez más dominada por el individualismo, el beneficio privado, el consumismo y la insolidaridad.
Las relaciones, incluidas las laborales, son una lucha de poder. Por mucho que traten de hacernos creer lo contrario, porque sin presión no hay negociación. Ya que cuando una de las dos partes no presenta batalla o no ofrece resistencia, la negociación se desvirtúa y se convierte en una rendición o. simplemente, en una concesión graciosa del fuerte.
Aprovechándose del malestar general, algunos buscan encontrar un hueco tratando de crear un falso conflicto: obreros jóvenes y obreros viejos. Pero la lucha generacional no sustituye a la lucha de clases.
No importa que cada vez haya más trabajadores, porque si trabajan, si piensan, viven y votan como burgueses pierden su identidad. Esta alienación obrera se expresa por el embrutecimiento, la falta de iniciativa, el conformismo, la carencia de espíritu de crítica; entre otros rasgos.
Y todo trabajador lucha, poco o mucho, por mejorar su suerte. Nadie se deja reducir completamente al estado de objeto. La lucha conoce muchos grados, diferentes etapas. Desde la agitación inconsciente, desordenada del trabajador no organizado, hasta la acción racional del militante; el gran combate integra y reúne miles de esfuerzos, de rencores, de sueños. Ante la votación (por ejemplo, de una huelga) algunos dirán ¿por qué el voto no es secreto? Porque la decisión es un acto que compromete la responsabilidad de cada uno ante sus compañeros. Nadie tiene derecho a refugiarse en la actitud pasiva de espera. Una auténtica democracia consiste en proclamar en voz alta el propio voto.
Si bien es cierto que hoy algunos técnicos se acercan a la clase trabajadora, aunque sin integrarse en ella, y sufren la explotación empresarial que los trabajadores venimos padeciendo. Otros muchos asumen con pasión su papel de domesticadas abejas recolectoras de “plusvalía” de los trabajadores, pues la mayor parte de ellos sigue ejerciendo funciones de mando y esto les convierte (a los ojos de los trabajadores) en personajes dispuestos a cambiar de bando.
El trabajador no sindicado ha de comprender que vive en un mundo laboral directamente afectado por los sindicatos. Los delegados sindicales, los miembros del Comité de Empresa, etc. son militantes sindicales. Las organizaciones sindicales controlan enteramente el Comité de Empresa que es quien, a través de una u otra comisión, negocian, controlan, pactan las condiciones de trabajo, etc. Aunque se pase la vida refunfuñando contra los sindicatos, se ha convertido en un sindicado más.
Aunque la división sindical parece escandalosa, y es incomprensible, especialmente, para la mayoría de los jóvenes. ¿Por qué? Básicamente por no haber vivido la historia de las escisiones obreras. Pero también los hay que confunden a los sindicatos con una entidad de seguros que sólo debe dar y nunca pedir (salvo la cuota de afiliación).
La voracidad del capitalismo se nutre de la especulación: necesita acumular riquezas cada vez a un ritmo más vertiginoso. Y no dudará en aplicar reconversiones, segregaciones y/o expedientes de regulación de empleo en empresas con beneficios.
Un arma de este capitalismo es desarrollar las compras a plazos (coche, casa, etc… todo). Es la publicidad obsesiva, que martillea los cerebros, lo que crea, a veces, auténticas neurosis de consumo. La obsesión por el nivel de vida hace de las personas un objeto que no sueña más que en objetos. Así algunos/muchos trabajadores se condenan a la esclavitud del crédito; esto disminuye la combatividad obrera. Entonces los trabajadores buscan la manera de librarse cuanto antes de las “letras”.
Las horas extras son una forma refinada de explotación patronal: un trabajador, que debería ganarse la vida con el trabajo previsto en los acuerdos/convenios/pactos, ¡llega a presentarse voluntario para trabajar más tiempo! El trabajo es necesario para vivir, no es comprensible cómo se hacen horas extras para tener cada vez menos tiempo para vivir. Es un arma terrible utilizada por el empresario, que ata aún más al trabajador al puesto de trabajo. Y muchos sindicatos no combaten la realización de horas extras; otros, incluso, las propugnan, para no tener que luchar decididamente por dignificar los salarios.
Se están dando los pasos para crear una sociedad en la que los sentimientos se polarizan y magnifican exacerbando los ánimos, con la única intención de que las personas actúen más por el instinto que por la razón; pues así será más fácil manipularlos. Si no ponemos remedio llegará un momento en que nadie querrá expresar y exteriorizar sus sentimientos e inquietudes. Además de trabajadores explotados, también seremos seres humanos reprimidos, que sólo en privado mostraremos nuestro descontento.
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