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Mentiras organizadas

  • Foto del escritor: mentestudiosa
    mentestudiosa
  • 21 dic 2013
  • 2 Min. de lectura

El sistema de orden social, el actual y los anteriores, mantiene a las personas en un permanente estado de ansiedad y miedo, para que tengan una necesidad desesperada de creer en algo, en cualquier cosa que desde el sistema se crea oportuno en cada momento. Esto transforma a los seres humanos en crédulos, porque lo predisponen para no soportar largos periodos de duda, les impulsan a la necesidad de creer en algo.

Y no dudan en fabricar santos, ídolos, panaceas maravillosas, etc. pues les quieren convertir en una sociedad de personas simples, anodinas, que no se preocupen en pensar y que se dejen arrastrar por la pereza.

A estas tareas se dedican, cada vez más, charlatanes, vagos y demás ralea que tratan de mantener una apariencia inmaculada, y utilizan a otros como chivos expiatorios, y cabezas de turco, para ocultar la propia implicación.

Los hay, incluso, que van más allá y, para mantener a los seguidores unidos, trabajan para asegurarse que crean pertenecer a un club exclusivo, unificado por un vínculo de fines comunes. Se aprovechan de la necesidad que tiene la gente de creer en algo para conseguir adeptos, y de esta manera conseguir el máximo poder con el mínimo esfuerzo.

Después, para fortalecer ese vínculo, fabrican la noción de un enemigo perverso que desea arruinarlos. Cualquiera, de fuera, que intente alterar la naturaleza charlatanesca de su sistema de creencias, puede ser descrito ahora como el miembro de esa fuerza perversa.

Si no se tiene ningún enemigo, hay que inventar uno contra el que reaccionar. Ya tienen una causa en la que creer y unos infieles a los que destruir. Utilizan cualquier asunto: la sanidad, la educación, la organización territorial; lo que sea. Lo magnifican, a fin de crear una dinámica de “nosotros contra ellos”.

Se emplea un discurso ambiguo, porque es peligroso ser demasiado específico, en algunos casos mesiánico. El mensaje y el llamamiento que hacen son sencillos, pues, aunque la mayoría de los problemas de las personas tienen causas complejas, quieren que la gente escuche una solución sencilla, primitiva.

De manera machacona, se repite una y otra vez, y por doquier, la práctica de esta ciencia de la necia palabrería, que viene a ocupar el sitio y el papel que, hasta hace años, tenía la omnipresente religión organizada. Hacen de los asuntos más banales y ordinarios algo de carácter extraordinario, de esta manera ocultan lo verdaderamente trascendental e importante.

Es difícil romper con todo lo establecido, pero hay que conseguir ser dueño de la propia imagen, en lugar de dejar que otros la definan para uno. Hay que cuestionarse la realidad que nos ofrecen, porque no responde a la verdad de la situación.

Por ello, la educación debe fomentar el análisis y la reflexión. Y más si se trata de lo que nos ofrezcan desde las instituciones y sus servidores (medios de comunicación, partidos, etc.).

La experiencia demuestra que si uno ve de lejos los pasos que hay que dar, puede actuar con rapidez cuando llega el momento de ejecutarlos. Sólo así podremos despejar las nubes que, cada vez más hábilmente, crean a nuestro alrededor.

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