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Ser individuo

  • Foto del escritor: mentestudiosa
    mentestudiosa
  • 30 dic 2013
  • 2 Min. de lectura

Significa tomarse la responsabilidad de uno mismo. Ya que, a menos que te desarrolles a ti mismo, no podrás ser de mucha ayuda para los demás. Es hora que nos preguntemos qué podemos hacer nosotros mismos para cambiar el estado de las cosas, y dejar de preguntarnos, una y otra vez, qué hacen otros por nosotros. Al final, el trabajo que cada uno hace, acaba viéndose y demostrándose.


La humildad también nos permite perseguir pacientemente una meta, sin quedar paralizado por habernos impuesto exigencias irrealistas. Hay que ver los peligros desde la distancia porque se han realizado planes hasta llegar al fin marcado; hay que ser capaz de ver más allá del momento. El error no se halla en la equivocación, sino en repetirla. Por ello, autojustificarse o culpar a otros son peores errores que la equivocación original.


Cuando las cosas van mal es fácil culpar a los demás, o a las circunstancias externas… Sin embargo, aquello que ha sido descuidado durante mucho tiempo no puede ser restablecido de inmediato. Los males que se han acumulado durante mucho tiempo no pueden ser eliminados de golpe. Por supuesto, esto exige un esfuerzo personal y colectivo. Tomar el camino de búsqueda de un chivo expiatorio, apartando la atención de uno mismo, siempre es más cómodo. Pero ese atajo sólo se anda sobre los lomos de la mentira, y esta comienza en mentirnos a nosotros mismos.


Los estafadores saben que cuanto más audaz es la mentira, más convincente resulta, porque da mucho poder aprovecharse de las fantasías de las masas. La siguiente reflexión de Nicolás Maquiavelo (1469-1527) les retrata con exactitud: “Desde hace mucho tiempo no he dicho lo que creía, ni nunca creo lo que digo, y si en efecto alguna vez sucede que digo la verdad, la escondo entre tantas mentiras que es difícil de descubrir” Esta es otra cita del emperador japonés Tukogawa (siglo XVII), también muy oportuna: ”Si se desea decir mentiras que puedan ser creídas, no hay que decir la verdad que no se quiere creer”.


Como trabajadores, constatamos que para cualquier dirección de empresa “disciplinarnos” es el objetivo fundamental, previo, incluso, a la obtención del beneficio. Para todas ellas, esa disciplina debe lograrse de manera consciente, cuidadosamente planificada, basándose en tres cimentos, barnizados y ocultados con la colaboración sindical oficializada y guiada, que son: tener delante de los trabajadores un señuelo que les haga trepar, hacer restallar el látigo sobre ellos y tocarlos de vez en cuando con el mismo, y trabajar codo con codo con ellos sin dejar de guiarlos. Y para estas direcciones sólo la actuación sindical independiente y el trabajador “indisciplinado” son una interferencia en sus pretensiones.


¿Nos hemos resignado a ser tratados como máquinas? A esa pregunta decir que sólo el cambio, que sin duda es lento y gradual, impedirá dar como respuesta un sí rotundo y trágico. Mas ese cambio nos exige a todos trabajar duro, un poco de suerte, una buena cantidad de autosacrificio y un montón de paciencia.

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