Quieren eliminar la crítica e impedir la solidaridad; asumamos la responsabilidad
- mentestudiosa
- 25 ene 2014
- 4 Min. de lectura
Cada vez más los políticos, y los administradores del poder, se quieren blindar ante las opiniones que no les sean favorables. Se sienten tan al margen, de la sociedad, que tratan de impedir que se les diga la verdad, de lo que pensamos de ellos; y, más aún, que se lo podamos decir a la cara.
Eso sí, invaden nuestra vidas, nuestras calles y nuestras casas para bombardearnos con sus mensajes; creen que estamos obligados a seguir escuchándoles allá donde acudan. Y esperan que les profesemos obediencia, como ellos hacen con los poderes fácticos. No podemos denominarles por sus actos; insultar dicen ellos cuando se les llama mentirosos, hipócritas, etc., aunque todos sepamos que lo son y que se comportan así.
Y a esta forma de censura se suman los palafreneros habituales (“periodistas” y demás grupos de interés) demonizando todo acto de libre expresión contra ellos. Así, de esta manera, pretenden conseguir méritos y pasar a formar parte de esta casta de intocables privilegiados. Entre unos y otros se apoyan para alcanzar esa inmunidad.
Digamos NO a esta perversa transformación. Porque poco a poco pretenden conseguir un status de protección al que no tiene ningún derecho, pues el sistema insiste en cerrar cualquier posibilidad que le cuestione.
Para frenar, y acabar, con este clasismo nada mejor que la solidaridad. ¿Qué significa la solidaridad? Es la adhesión a valores comunes, es la actuación recíproca que a los provechos personales antepone las normas, las costumbres, los valores y los intereses de la colectividad.
Aunque algunos defiendan que, con la “modernidad”, ha dejado de estar vigente la solidaridad, lo cierto es que la espontaneidad, de las más diversas formas de solidaridad, se opone a la concepción de la naturaleza del hombre basada en la hostilidad, y en la competencia.
Pretenden “organizar” la solidaridad, encajarla dentro de unos parámetros, y profesionalizarla, a través de unas organizaciones específicas, de cooperación y asistencia como las ONGs; así, tratan de eliminar cualquier acto natural de apoyo mutuo. Porque con la solidaridad cotidiana se socavan los pilares de la estructura social, y económica, del sistema neocapitalista que nos aplasta.
En una concepción, de la vida, que se fundamenta en el afán de ser más que el otro, en mejorar a costa de él si es preciso, es difícil impulsar la solidaridad. La competencia es sana, dicen, para avanzar; y es el egoísmo el que ha prendido en grandes capas de la sociedad, lo vemos a diario hasta con elementos vitales (como el agua, por ejemplo). El ansia, por tener, no tiene ni límites y compartir es, erróneamente, valorado como un síntoma de debilidad.
En el día a día, están permanentemente chocando esas dos concepciones diferentes de la convivencia, de la vida; aunque no queramos darnos cuenta y optar entre una u otra. Y en el fondo de este dilema se encuentra la responsabilidad.
Cada uno de nosotros hacemos elecciones, que conforman nuestra propia naturaleza; la elección es, por tanto, fundamental, incluso la negativa a elegir implica ya una elección. Y, esa libertad de elección que tenemos, es la que nos acarrea un compromiso y una responsabilidad. Una libertad entendida como el derecho, de la persona, a actuar sin restricciones, siempre que sus actos no interfieran con los derechos equivalentes de otras personas.
No se puede estar al margen, hemos de hacer una reflexión interna sobre nuestros propios actos, sobre sus efectos sobre los demás; consecuencias hay siempre aunque no las queramos ver. Bien es cierto, que nunca podemos saber todos, y cada uno de los resultados de nuestras acciones; y no se trata de angustiarse, ni perseguimos que eso ocurra, pero no se puede mirar hacia otro lado.
Hay que valorar las consecuencias, al menos las más trascendentales. Como mínimo es preciso reconocer que nuestras decisiones tienen secuelas en los demás, y somos responsables en parte, o en todo, de ellas; hacerse el ignorante es sólo muestra de egoísmo y de insolidaridad.
En quienes en su piel se ha imprimido el individualismo feroz, y la búsqueda del interés particular, la palabra y el sentimiento de responsabilidad es considerado maldito. Pongamos un STOP a la despreocupación, a la suma de las indiferencias; hemos de darnos cuenta de esa necesidad de asumir la responsabilidad, de implicarse con respeto hacia los demás, de no eludir, de no lavarse las manos.
Porque la responsabilidad imposibilita el autoritarismo, impide que nadie te diga qué tienes que hacer; es preciso una llamada de atención sobre este trascendental aspecto.
Creer que se puede rehuir la responsabilidad es mentirse a sí mismo, porque no podemos desprendernos de ella, siempre seremos responsables de nosotros mismos, de nuestros actos. Y como estos, en una u otra medida, afectan a los demás, no podemos dejar de ser conscientes del mundo que nos rodea, pues no estamos en una burbuja aislante, vivimos en un mundo interrelacionado, intrínsecamente unido. Claro que importan las medidas que tomamos, ¡mira a tu alrededor!
Seamos valientes, emprendedores, comprometidos y tengamos pasión por el futuro. Insistamos en la libertad, y en la responsabilidad, de las personas como manera de comprometerse con el mundo. Impulsemos iniciativas de progreso solidario, actuemos unitariamente como un grupo social, asumiendo beneficios y compartiendo riesgos; porque la unidad de la gente puede hacer tambalear cualquier sistema.
Mira a tu alrededor, abracemos la integración, la multiplicidad de encuentros, porque claro que importan las decisiones que tomamos. El miedo no puede acabar nunca con la camaradería y la solidaridad. Juntos, hagamos de este mundo un lugar mejor donde vivir, podemos. Sepamos aprender y cambiar; claro que requiere un esfuerzo, pero únicamente así será posible seguir adelante.
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