Cómo somos influidos
- mentestudiosa
- 2 feb 2014
- 4 Min. de lectura
Cuando leí el libro “El efecto Lucifer”, de Philip Zimbardo, entendí mejor las sutiles maneras que puede adoptar el “Sistema” para gobernarnos, manejarnos, manipularnos…
Puede que sin percatarnos actuemos de una manera ajena a nuestra forma de ser. Sin saber cómo, respondemos ante determinadas situaciones con un comportamiento “extraño”, insensible.
La explicación la encontraremos en las influencias del “Sistema” y de las “Situaciones” en las que nos encontramos inmersos. No es eximirnos de nuestra responsabilidad como personas por la comisión de un acto (inmoral, ilegal, malvado, etc.), pues tenemos unos valores/normas propias, sino dejarla en su justo término.
Y si somos capaces de entender estas influencias habremos dado un gran paso para anularlas, para conseguir desarrollarnos libremente. Porque con nuestro consentimiento “automático” mantenemos y reforzamos este sistema. Ser consciente de ello implica convertirse en crítico de ello y, por coherencia, ir abandonándolo a medida que podamos y de forma personal, no esperando a que otros lo hagan por nosotros.
El poder del Sistema supone una autorización institucional para comportarse de una manera prescrita y la prohibición o castigo de los actos que no se atengan a ella; suele ocultarse bajo el manto de una Ideología (creada por el Sistema que está en el poder, que, ha creado Sistemas Subordinados: para la administración, de la guerra, de las prisiones, etc.) convertida en regla suprema, que nadie cuestiona, por ser la “correcta” para la mayoría (en un lugar y momento concreto).
Los “Sistemas de poder” crean y conforman las condiciones situacionales, forman jerarquías de dominio, con líneas de influencia y de comunicación. El Sistema incluye la Situación; pero es más duradero y amplio. Los Sistemas son como motores: ponen en marcha situaciones que crean contextos conductables, que influyen en la actuación de quienes se hayan bajo su control.
Los Sistemas hacen que las normas sean ambiguas y se cambian cuando lo cree necesario. Ejemplo, cambiar gradualmente la naturaleza y la figura de la autoridad: de razonable y justo a injusto e irrazonable; si no se reconoce la transformación da origen a obediencia irreflexiva.
La persona atrapada por el Sistema se deja llevar por la corriente, pensando que actúa de la manera que corresponde a ese lugar y momento. Porque formar parte de un Sistema determina la visión de las cosas, recompensa la adhesión a la visión dominante y hace de la separación psicológica una tarea muy difícil y exigente.
Las Situaciones las crean unos Sistemas, que proporcionan el apoyo institucional, la autoridad y los recursos que permiten que las Situaciones actúen como actúan. Unas fuerzas situacionales como el:
Poder de las normas; es un medio simplificado y formal de controlar conductas complejas e informales.
Poder de los roles. Cuando se representa un papel (puesto, etc.) se aprende a pensar y sentir como exige el papel, a veces, se confunde la propia personalidad con el papel. Se acaba interiorizando el papel.
Anonimato y la desindividuación.
Y no nos damos cuenta del poder de las Situaciones para transformar nuestra forma de pensar, de sentir y de actuar, cuando caemos bajo su influjo. Tenemos que estar muy metidos en una situación para apreciar su impacto transformador en nosotros y en otros. No es igual ser espectador de un concurso que participar en él; es una razón por la que el aprendizaje vivencial pueda tener unos efectos tan potentes.
Un poder situacional que se hace notar más en entornos nuevos, donde la gente no puede recurrir a unas directrices previas con las que orientar su conducta.
En las sociedades que fomentan el individualismo se cree que la disposición de la persona tiene más importancia que la Situación. Se le atribuye la responsabilidad al rol (“marcado/determinado” por el Sistema; ejemplos: torturador, represor, etc.), diciéndonos que es ajeno a nuestra naturaleza habitual.
También, cualquier cosa o situación que haga que una persona se sienta anónima, que crea que nadie sabe quién es o que a nadie le importa, reduce su sentido de la responsabilidad personal y, en consecuencia, hace posible que pueda actuar con maldad.
Las condiciones que nos hacen sentir anónimos, que nos hacen pensar que los demás no nos conocen o que no les importamos, pueden fomentar la conducta antisocial, pues el sentido de la responsabilidad cívica se reduce.
Por ello, cuando una persona se siente anónima (trajes, máscaras, etc., que fomentan el anonimato y reducen la responsabilidad personal) es una situación es más fácil inducirle a actuar de manera antisocial; sobre todo si la situación le “da permiso” para liberar sus impulsos.
He aquí unos pasos para resistir influencias no deseadas y, a la vez, mejorar la capacidad personal de resistencia y las virtudes cívicas:
1. Saber reconocer nuestros errores.
2. Prestar atención a los detalles básicos de las palabras y actos, y a las señales situacionales evidentes, pensar antes de actuar, rechazar respuestas simples a problemas complejos.
3. Asumir la responsabilidad de las propias decisiones y actos, no aceptar pretextos como: “sólo seguía órdenes”, “todos lo hacían”.
4. No permitamos que nadie nos desindividúe, que nos encasille. Reafirmemos nuestra individualidad. No permitamos ni practiquemos estereotipos negativos.
5. ¡Respeto la autoridad justa, pero me rebelo contra la injusticia!
6. Dispuestos a proclamar nuestra independencia a pesar del rechazo social que ello pueda suponer.
7. Analicemos costes y beneficios de los actos en función de las consecuencias.
8. ¡No sacrificaré libertades personales o civiles por la ilusión de seguridad!
9. Retirarse de una situación que controle por completo la información, cuestionar la mentalidad de grupo, buscar la ayuda de otros.
Paradójicamente, al haber creado el mito sobre nuestra invulnerabilidad a las fuerzas situacionales, nos hacemos aún más vulnerables a ellas por no prestarles suficiente atención.
¡Estemos atentos, seamos críticos, reflexionemos!
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