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Estar preparado ante graves imprevistos

  • Foto del escritor: mentestudiosa
    mentestudiosa
  • 21 feb 2014
  • 4 Min. de lectura

Voy a contaros dos hechos que ocurrieron recientemente, en los cuales fui partícipe, y que me han motivado para escribir estas líneas.


El pasado 16 de mayo cuando estaba trabajando, como responsable de la estación de Hospital de Móstoles (Línea 12 del Metro de Madrid), fui advertido de un accidente que se acababa de producir en la estación. Apenas a 20 metros un joven (Luis) se había precipitado por la larga escalera de piedra de acceso al andén.


Acudí rápido, conmigo la compañera vigilante de seguridad de la estación. Allí, en el andén, estaba tumbado, dolorido; alrededor varias personas atentas, testigos de su aparatosa caída, que no se atrevían a intervenir.


Cuando nos vieron llegar, nos informaban emocionados qué había ocurrido. Al parecer bajaba corriendo, tropezó y rodó varios metros sobre los escalones.


Entonces te preocupas de la persona, con empatía pero sin perder la visión de conjunto del suceso, analizas breve y rápida la situación y actúas como sabes: asistiendo a la persona, informando y (en este caso) pidiendo asistencia sanitaria, dando lo que puedes, organizando la respuesta a la realidad, de manera “automática y natural”, porque lo comprendes. Con la base de tu cualificación/formación y de la experiencia, que son básicas en tu actitud.


Y las personas que están alrededor creo (a mí me ocurre) sienten cuándo hay quien sabe (mejor que tú) cómo abordar la situación, y han de mantenerse dispuestas y a la espera, por si fuese preciso. Así debiera ser, reconocer cómo colaborar mejor; evitando que el ego lo nuble todo.


También habrá mirones/curiosos, sólo preocupados de saber y no de hacer. Pueden llegar a resultar molestos; la solución, no siempre fácil, es olvidarte de que están y centrarte en el objetivo que te impulsa.


Incluso en casos extremos, pienso que excepcionales, existe alguien que no quiere darse cuenta que su tema particular, es tan menor que resulta vergonzoso siquiera plantearlo. Así ocurrió ese día. De improviso, una persona me increpó maleducadamente por el supuesto retraso de dos minutos en la llegada de “su tren”, sin importarle lo estrambótico de su proceder. No hizo falta una contestación dura por mi parte, las miradas de sorpresa y desaprobadoras por los demás fueron suficientes para que, aún en su exaltación, sintiese su error. Y días después, cuando volvimos a coincidir, se acercó a disculparse sinceramente por su injustificado comportamiento.


Finalmente el joven se recuperó sin lesiones graves. Los días siguientes fueron varios quienes me preguntaron interesándose por él. Una satisfactoria sensación; una experiencia más, y buena.


El otro suceso ha tenido lugar la mañana del 19 de febrero, en la estación de Manuela Malasaña (Línea 12). Aniceto se desplomó súbitamente cuando bajaba al vestíbulo, acompañado por Perfecta (su esposa y pareja desde hace 50 años), a poca distancia de donde me encontraba.


Sufrió un infarto, el cuarto en pocos meses, más grave que los anteriores. Y, sin saber cómo… una viajera (Mª Ángeles) se pudo a darle masaje cardiaco, otra (Ángeles) atendía a la desconsolada mujer, otros compañeros colaboraron de diferentes maneras, mientras yo contribuía para que respirase, informando de la urgencia de la ayuda, una joven enfermera (Eva) que volvía a su casa tras una dura jornada ayudó, unos compañeros vigilantes (Roberto y Rubén) en cuanto llegaron participaron activamente...


No hizo falta pedir qué hacer a ninguno, ni distribuir las tareas, cada uno hicimos lo que creímos mejor viendo a los demás, aceptando las indicaciones que nos dábamos; sólo teníamos una visión: que todo saliese bien. En esos momentos nos aislamos del entorno nocivo, de los pocos curiosos descarados, de los egoístas en sus mezquindades.


Y conseguimos al cabo de unos interminables minutos hacerle recuperar, su pulso, su vida, su compañera. Cuando llegó el SUMMA había/mos pasado ese primer golpe.


Desgraciadamente recayó, y los esfuerzos durante casi dos horas fueron infructuosos. Sus familiares, a quienes habíamos avisado, pudieron estar juntos a él en esos últimos momentos, sintiendo en compañía su dolor.


Puedes pensar que quizás he tenido suerte en estos casos; no creo que sea la explicación completa. Ya que hay disposición en las personas, la timidez y/o el miedo a las consecuencias pueden frenarnos. O el no encontrar una referencia que nos posibilite/anime a colaborar; porque entendamos que necesitamos que se lidere la respuesta por alguien que transmita serenidad. Yo soy de la opinión que la buena intención, sin motivos interesados, porque creas que debes hacerlo, no de manera alocada, es aceptable y conveniente.


Entiendo que es bueno que se genere un ambiente animoso, para motivar a vencer el inicial temor o indecisión, que nos haga comprender que hay que hacer lo que buenamente se puede, porque así siempre estará justificado lo hecho.


Sólo son unos retazos, y apreciaciones personales, de dos vivencias que pudieran ser extensibles a otras, muchas espero yo. Sí, en esos momentos me sentí bien, porque modestamente hice lo posible y me gusté bastante cómo me comporte; y percibo que esto mismo nos ocurrió a todos los que participamos.


Después la reflexión y el análisis sosegado de lo sucedido, de lo realizado. Y encontrar explicaciones, establecer pautas para el futuro, para saber responder mejor.


No, no me considero especial, y menos después de conocer a tantas buenas personas.

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