¡SOMOS TAN CRÉDULOS…!
- mentestudiosa
- 16 jun 2014
- 4 Min. de lectura
El vicio de nuestra sociedad, su superficialidad, hace que el nivel de atención baje y conlleva una dificultad para transmitir mensajes. Así, el “Sistema” insufla una propaganda que hace que acepten acríticamente verdades que no son ciertas.
Nuestra mente está hecha para vagar, porque es su estado natural; pero no reposa nunca, está en alerta, reúne constantemente información y la supervisa en busca de indicios de algo digno de atención. Pero no está hecha para cambiar de actividad a la velocidad que nos exige la vida moderna, no con tantas cosas a la vez ni tan rápida sucesión.
Cuando la mente se enfrenta a muchas exigencias a la vez no puede abarcarlas todas, y prescinde del proceso de verificación; nos quedamos con creencias sin comprobar y más adelante las podemos recordar como verdaderas cuando en realidad son falsas.
El “efecto de desinformación” se produce cuando nos presentan información falsa, ya que tendemos a recordarla como verdadera y a tenerla en cuenta en cuenta en el proceso deductivo. Además, tendemos a tratar una afirmación como verdadera aunque antes de oírla se nos haya hecho saber explícitamente que es falsa; es el llamado “sesgo de correspondencia”.
Supones que si una persona dice algo es porque realmente lo cree; incluso es posible que juzguemos a la persona por esa supuesta creencia. Tenemos una tendencia a confirmar y creer con demasiada facilidad y frecuencia.
Además, si hay algo en el entorno (imagen, persona, palabra) que actúa como “preactivador” podemos acceder mejor a otros conceptos relacionados con ese algo (esos conceptos se han hecho más asequibles) y tendemos a dar esos conceptos por válidos con independencia que lo sean o no. El rostro es el rasgo con más fuerza de una persona.
Pues cuando pensamos de una manera natural, automática, la mente está preprogramada para aceptar todo lo que le llegue; primero creemos y si dudamos lo hacemos después. Nos apresuramos a sacar conclusiones a partir de pistas muy sutiles de las que no llegamos a ser conscientes.
Así, ocurre que estando rebosante de optimismo es más probable ser víctima del “efecto halo”; si un rasgo (ej. el físico) nos parece positivo, es probable que también nos parezcan positivos otros rasgos y que, inconscientemente, rechacemos aquellos que no encajen, lo que haga de su mundo un lugar agradable.
En una especia de profecía autocumplida, hace que la conducta confirme la impresión que tienes de ella; creemos que lo que percibimos es real y acabamos obteniendo lo que esperamos.
Como la impresión inicial tiene mucha fuerza (y es muy duradera), acabará imponiéndose, pudiendo distorsionar nuestra percepción, con independencia de la información que después podamos obtener. Estando deseando creer algo nos volvemos menos escépticos e inquisitivos.
Ninguna impresión, con independencia que sea positiva o negativa (y de la certeza que podamos tener) surge de la nada; el entorno nos predispone, o prepara, a cada instante. Los estímulos del entorno que atraen nuestra atención, determinan la dirección de nuestro pensamiento.
Tengamos siempre presente que una impresión es sólo una impresión. Reflexionemos un instante sobre lo que la ha causado y lo que puede significar para nuestros objetivos. Podemos cambiar si damos por válido ese juicio inicial o si lo examinamos más a fondo; seamos escépticos con nuestra mente y con nosotros mismos, observemos activamente.
No podemos impedir que la mente forme juicios básicos, pero sí podemos conocer mejor los filtros y usar la motivación para prestar más atención a lo que sea importante para nuestros objetivos.
Estamos poco preparados para adoptar verdaderamente el punto de vista de otro; tendemos más a adoptar la perspectiva de los demás, ajustando la nuestra hasta que nos parece satisfactorio. Dejamos, entonces, de buscar otras posibles respuestas al asunto, independientemente que sea la ideal; tenemos un sesgo egocéntrico.
Porque tendemos a juzgar que las argumentaciones parciales, sobre un tema, son mejores que las que presentan los dos lados (y que reflejan una mejor manera de pensar). Para determinar la verdad de un conjunto se tiende a fijarse en los ejemplos que serían válidos si el concepto fuera correcto, y omitir los que demostrarían lo contrario. Dando más peso a las pruebas que confirman una hipótesis, que a las que desmienten.
Debemos ir con más cuidado cuanta más información tenemos, ya que la confianza en nuestras deducciones tiende a aumentar con la cantidad de datos en que nos basamos. Cuantos más detalles incidentales veamos, menos probable será que nos fijemos en los cruciales, y más que demos un peso indebido a los incidentales. Es más probable que encontremos convincente un relato si se acompaña de muchos detalles (aunque sean irrelevantes).
Para desactivar nuestro “piloto automático”, rutinario, hemos de estar motivados para pensar de una manera consciente y atenta, centrándonos en lo que surge en nuestra mente en lugar de dejarnos llevar.
El “truco” es tratar cada pensamiento (experiencia, etc.) empezando con escepticismo; con el mismo escepticismo y atención sano que si se tratase de un dato absurdo. Equivale a pedir al cerebro que se pase de su estado natural de reposo a una actividad física constante. Una vez examinado dejará de influir en la conducta sin tu conocimiento.
Y decir algo en voz alta a otro nos obliga a reflexionar, exige atención consciente, nos fuerza a considerar cada premisa en función de su mérito lógico. Hagámoslo, ¿por qué no?
Quizás el fondo del asunto, al menos así lo entiendo yo, es la necesidad (diría que esencial) que tenemos de analizar con detenimiento, y desde varios puntos de vista, lo que se nos transmite. Y hemos de practicar esta actitud para conseguir interiorizarla. Puede que entre tanta información circulando (no toda la disponible, ni pública) nos resultase de gran esfuerzo y nos hiciese ir menos deprisa. Sí, es difícil hacerlo siempre; esperemos que cuando estemos relajados no coincidan hechos importantes.
Todo esto tiene unas consecuencias. De manera temporal o definitiva, o bien se produce el desengaño, o bien la desconfianza se afianza en nuestro criterio, o pasamos a la acción; no son alternativas excluyentes necesariamente. Sea como fuere nuestra visión y actitud cambiarán de forma significativa.
Comments