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Tenemos dificultades para darnos cuenta de lo que sucede

  • Foto del escritor: mentestudiosa
    mentestudiosa
  • 7 sept 2014
  • 3 Min. de lectura


En el pasado, la fe solía estar basada en explicaciones religiosas: cómo empezó el mundo, por qué debíamos sufrir, qué sucedía después de morir, etc. Eso permitía a las personas llevar una existencia coherente. Pero ahora es difícil mantener la fe en las historias y relatos tradicionales.


Lo más probable es que la mayoría de los pensamientos que acudan a la mente cuando no estamos concentrados sean deprimentes, porque:


  • Teniendo en cuenta todas las cosas posibles sobre las que pensar, las posibilidades de que sean negativas superan a las positivas.


  • Esta tendencia pesimista debe ser adaptativa (es decir, mayor probabilidades de supervivencia); pues es el mejor modo de anticipar situaciones peligrosas. Ya que al ocuparnos de las posibilidades desagradables se está más preparado para lo inesperado, pero se olvida de disfrutar de la vida.


La tendencia hacia los resultados negativos se ilustra, por ejemplo, por el atractivo que, para la mayoría, tienen las calamidades (accidentes, etc.).


Si la racionalización excesiva es peligrosa, también lo es la excesiva confianza en la sabiduría del cuerpo, pues muchos datos (drogadicción, alcoholismo, etc.) sugieren que nuestro cuerpo no sabe exactamente lo que le conviene. Nuestros cuerpos no han tenido tiempo de aprender que demasiada azúcar (grasa, sal, alcohol, etc.) es perjudicial; porque en el pasado, por la escasez, no habían tenido que preocuparse acerca de la presencia de estas substancias en demasía. Igual ocurre con determinados comportamientos (sexo, ejercicio de dominio y poder, etc.).


Sea lo que fuere lo que llamamos realidad, sólo se nos revela a través de una construcción activa en la que participamos. Las limitaciones del sistema nervioso humano, la particular historia de la cultura, la idiosincrasia de los sistemas de símbolos utilizados, determinan la realidad que se percibe. La búsqueda de la verdad nunca termina, siempre hay que revisar las certezas y, cuando menos se espera, se abren nuevas expectativas.


Aunque la realidad que buscamos no contenga la verdad, al menos contiene una verdad. Para empezar a separar la verdad de la ilusión es necesario contrastar las propias ideas preconcebidas contra la experiencia real y en curso.


Hay tres grandes fuentes de distorsión, que interfieren con una verdadera comprensión de lo que sucede en el mundo:


a. Las instrucciones genéticas, aplicables a situaciones comunes, efectos automáticos; pero al enfrentarse a una nueva situación deja de ser fiable. Asumimos que los instintos, y las necesidades viscerales, constituyen el núcleo; pero a los genes no les importamos, salvo si les ayudamos a su reproducción.


b. La herencia cultural. Toda cultura inculca que sus virtudes únicas la convierten en superior a cualquier otra. La sensación de importancia e invulnerabilidad que se obtiene de la propia cultura es ilusoria, pero convincente. Gran parte del comportamiento social está regido por los estereotipos, siendo más fácil ver la realidad de nuevas maneras cuando uno deja el capullo de la propia cultura nativa. Por ello, es importante reconocer que los valores, reglas, hábitos y actitudes que heredamos son útiles y necesarios pero no absolutos.


c. Las demandas del Yo. El mundo del Yo. Los deseos instintivos (impulsos químicos que interpretamos como necesidades) y los valores culturales (convecciones sociales que interiorizamos como inevitables) abren camino a la consciencia desde fuera. El Yo trajo consigo la libertad personal, pero también las ilusiones del ego. Así, cuanto más se identifica el ego con símbolos externos al Yo, más vulnerable se vuelve. Y las ideas que pasan a ser las representaciones centrales del Yo, son aquellas en las que se invierte la mayor parte de la energía psíquica.


No se trata de ver una conspiración tras cualquier acto/decisión, sino comprender que las cosas no son, la mayoría de las veces, tan sencillas, como se exponen. El ataque de Pearl Harbor, la crisis económica mundial, el golpe de estado en España del 23 de febrero, son algunos ejemplos de un bagaje de fantasías y fabulaciones.


Porque no podemos confiar en que delaten sus mentiras con gestos, como ocurre, por ejemplo, con Rajoy en las comparecencias y sus reveladoras muecas faciales.

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