Cómo y por qué nos engaña la mente
- mentestudiosa
- 20 sept 2014
- 4 Min. de lectura
La mente está hecha para vagar, para divagar, porque es su estado natural; no reposa nunca, está en alerta, reúne constantemente información y la supervisa en busca de indicios de algo digno de atención. Pero no está hecha para cambiar de actividad a la velocidad que nos exige la vida moderna, no con tantas cosas a la vez ni tan rápida sucesión.
Nuestro cerebro no está hecho para la multitarea; si atendemos varias cosas a la vez rendimos peor en todas. Si la mente se enfrenta, en el mismo momento, a muchas exigencias no puede abarcarlas todas, y prescinde del proceso de verificación; nos quedamos con creencias sin comprobar y más adelante las podemos recordar como verdaderas cuando en realidad son falsas.
Y al enfrentarnos al azar y la probabilidad tendemos a razonar de una manera ingenua; por ello, nos equivocamos tanto en nuestras deducciones. El razonamiento probabilístico parece residir en el hemisferio izquierdo, mientras que la deducción parece activar principalmente el hemisferio derecho; con lo que falla la coordinación, aunque estemos convencidos de haberlo hecho.
Además, tendemos a tratar una afirmación como verdadera aunque antes de oírla se nos haya hecho saber explícitamente que es falsa; es el llamado “sesgo de correspondencia”. Supones que si una persona dice algo es porque realmente lo cree; incluso es posible que juzguemos a la persona por esa supuesta creencia.
Nuestra impresión inicial tiene mucha fuerza (y es muy duradera), acabará imponiéndose, pudiendo distorsionar nuestra percepción, con independencia de la información que después podamos obtener.
Tenemos una tendencia a confirmar y creer con demasiada facilidad y frecuencia. Este “efecto de desinformación” se produce cuando nos presentan información falsa, ya que tendemos a recordarla como verdadera y a tenerla en cuenta en cuenta en el proceso deductivo.
A todo ello, hemos de sumar los prejuicios (surgen de un nivel muy básico), que albergamos en cualquier momento dado (nuestra forma de ver el mundo); influyen en nuestras decisiones y conclusiones, en las evaluaciones que hacemos y en lo que elegimos. Son difíciles de erradicar, pero posibles de modificar.
Por si fuera poco, tendemos a juzgar que las argumentaciones parciales sobre un tema son mejores que las que presentan los dos lados (y que reflejan una mejor manera de pensar). Para determinar la verdad de un conjunto se tiende a fijarse en los ejemplos que serían válidos si el concepto fuera correcto, y omitir los que demostrarían lo contrario.
Nos apresuramos a sacar conclusiones a partir de pistas muy sutiles de las que no llegamos a ser conscientes. Dando más peso a las pruebas que confirman una hipótesis, que a las que desmienten; porque cuando estamos deseando creer algo nos volvemos menos escépticos e inquisitivos.
Y si hay algo en el entorno (imagen, persona, palabra) que actúa como “preactivador” podemos acceder mejor a otros conceptos relacionados con ese algo (esos conceptos se han hecho más asequibles) y tendemos a dar esos conceptos por válidos con independencia que lo sean o no.
Lo agradable del entorno inmediato preactiva en tu mente una actitud positiva; el tiempo atmosférico es un preactivador muy poderoso, aunque no nos demos cuenta de su impacto. Pero un preactivador deja de serlo en cuanto nos hacemos conscientes de su existencia.
Así que, estando rebosante de optimismo es más probable ser víctima del “efecto halo”; si un rasgo (ej. el físico; el rostro es el rasgo con más fuerza de una persona) nos parece positivo, es probable que también nos parezcan positivos otros rasgos y que, inconscientemente, rechacemos aquellos que no encajen, lo que haga de su mundo un lugar agradable.
Es el llamado fenómeno “heurística afectiva”, pensamos en función de cómo nos sentimos. Una especia de profecía autocumplida, hace que la conducta confirme la impresión que tienes de ella; creemos que lo que percibimos es real y acabamos obteniendo lo que esperamos.
Y cuando pensamos de una manera natural, automática, la mente está preprogramada para aceptar todo lo que le llegue; primero creemos y si dudamos lo hacemos después.
Para desactivar nuestro “piloto automático”, rutinario, hemos de estar motivados para pensar de una manera consciente y atenta, centrándonos en lo que surge en nuestra mente en lugar de dejarnos llevar.
El “truco” es tratar cada pensamiento (experiencia, etc.) empezando con escepticismo; con el mismo escepticismo y atención sana que si se tratase de un dato absurdo. Equivale a pedir al cerebro que se pase de su estado natural de reposo a una actividad física constante. Una vez examinados dejarán de influir en la conducta sin tu conocimiento.
Y con práctica (prolongada y paciente) y motivación (entendida como voluntad y dedicación) será un hábito natural e inconsciente; empezando a intuir, deducir y pensar sin necesidad de esfuerzo consciente, de una manera que agotaría a un ser humano “normal”.
No podemos impedir que la mente forme juicios básicos, pero sí podemos conocer mejor los filtros y usar la motivación para prestar más atención a lo que sea importante para nuestros objetivos.Podemos cambiar si no damos por válido ese juicio inicial o si lo examinamos más a fondo.
Seamos escépticos con nuestra mente y con nosotros mismos,
observemos activamente.
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