top of page

Algo de análisis más sobre enseñanza y referente a educación

  • Foto del escritor: mentestudiosa
    mentestudiosa
  • 13 oct 2014
  • 6 Min. de lectura

Cuando escribí “Qué se podría aprender”, hubo (ahora me doy más cuenta) algunas cosas que no desarrollé suficientemente, unas sólo indiqué. La reciente lectura de un libro de Luis Pumares Puertas, “El oficio de maestro”, me ha animado a plantearlas, a esbozarlas.


En este Libro se reúnen unas reflexiones, que considero responden a una sincera inquietud por poner en su justo valor la enseñanza y la educación. La mayoría de las cuales comparto. No es una crítica a las personas, sin eximirles de su parte de responsabilidad, ya que es el Sistema (Educativo, Social, Económico, etc.) el principal artífice de la situación actual.


Entiendo que el acceso a la información, al conocimiento, de manera rápida y casi universal, hace aún más importante la educación. El enseñar a vivir, convivir, aprender, crecer, seleccionar… porque los niños crecen cuando gozan y gozan cuando crecen. Educar para la vida es procurar el máximo nivel de realización de su potencialidad en todos los aspectos personales y sociales, específicamente humanos.


Y una escuela en la que los individuos más capaces, los mejor dotados, los más aventajados triunfan y los demás fracasan hasta el punto de ser apartados, no sirve para nada; eso ya lo hacen la sociedad y la vida.


Concebir la educación como una carrera de obstáculos para cribar a los ciudadanos, supone una perversión que aparta a la escuela de sus funciones morales y éticas. No hay una fundamentación que pueda sustentar una escuela basada en la selección natural y en la segregación de los individuos menos dotados.


La escuela no es un lugar para resaltar las carencias de sus miembros, sino de aportar respuestas, propuestas, soluciones, abrir vías, ofrecer alternativas y oportunidades. Es un espacio de crecimiento y establecimiento de relaciones, no de soledad y de culpa.


En verdad, aunque los gobernantes tratan de no reconocerlo, los resultados de los informes burocráticos (ej. PISA) se refieren a la supuesta eficacia de los diferentes sistemas educativos, de las instituciones educativas para cada uno de los países…y en último extremo a la capacidad de los profesionales que lo ponen en práctica, no a los estudiantes. Gran parte del fracaso está en el maestro, y en el sistema que lo amordaza en muchos casos, no en el alumno.


Tendrán la escuela y, en su caso, los maestros quienes tengan que pasar el juicio del éxito o del fracaso. Pues son las instituciones y los sistemas los que están fracasando. Se impone una revisión crítica del trabajo docente y de la función que una sociedad moderna, democrática e igualitaria espera de la escuela.


Lo que importa es qué respuesta educativa puede aportar la escuela al problema concreto de un alumno determinado. Se trata de un reto formidable, exigente hasta poder llegar a abrumar a los docentes.


Actualmente, las aulas presentan unos índices de diversidad muy superiores a los que estábamos acostumbrados en los últimos años. A los elementos de diversidad tradicional (edad, género, capacidades individuales, ligera discapacidad en el alumno) se ha unido el fenómeno de la emigración actual. Una fuerte diversidad cultural, que antes no se daba, lingüística, religiosa, etc.; presentando fuertes contrastes.


En Educación Infantil y Primaria el porcentaje de alumnado extranjero ha alcanzado una media del 60% en centros públicos. La incidencia en la Educación Secundaria Obligatoria ha sido menor; y, a medida que ascendemos hacia etapas superiores el porcentaje por aula se reduce drásticamente. Pero cuando esa población se estabilice en nuestro país en las aulas de enseñanzas superiores crecerá el mestizaje.


Y los centros educativos son instituciones al servicio de la comunidad, de sus “usuarios”, que presentan características propias, diferenciales, exclusivas en muchos casos. Y para que se cumpla este servicio debe de existir una real integración de toda la comunidad.


Posiblemente, la estresante vida (el aumento de las familias monoparentales, y otro factores) provoque la sensación, y puede que la realidad, que las familias adolecen de un preocupante grado de dejadez hacia la educación de sus hijos. Se da una paradoja, se quiere (¿?) que participen pero, a la vez, se blindan los centros para que no entren ni puedan inmiscuirse en una función que se argumenta es exclusivamente técnica. La reciente LOMCE es ahondar en ese recorte de la participación.


Porque participar significa tomar parte, tener acceso a toda la información, posibilidad de tomar una opinión propia, exponerla en todos los foros de discusión, debatir, problematizar, negociar, llegar a acuerdos, gestionar y participar en la toma de decisiones en igualdad de condiciones.


No sólo permitir, sino propiciar, alentar, motivar el acceso de los padres a la escuela y hacer del centro un espacio para todos, dar cabida a las aportaciones de las familias en la gestión del centro, dotarse de estructuras de participación efectivas.


La democracia significa participación, igualdad de trato y de oportunidades, libertad para actuar y para tomar decisiones, y aceptación de la situación por parte de quienes son “gobernados”. Pero la escuela, con cada Contrarreforma educativa, se basa en unos principios totalmente contrarios.


Pues para que un centro pueda ser considerado democrático han de darse unos aspectos fundamentales e imprescindibles:


  • El establecimiento de una organización que garantice estructuras democráticas internas que fortalezcan y exijan la plena participación de todos.


  • La adopción de un currículo democrático: abierto, flexible, modificable, que recoja intereses diversos del alumnado y los demás sectores de la comunidad.


  • La garantía de una plena igualdad de trato y de oportunidades.


  • La proyección exterior del centro hacia el entorno en que está inmerso; la educación no puede aislarse del exterior.


  • Que sea de titularidad pública.


La educación, como la sanidad (la justicia y tantos otros “servicios sociales”) deben estar garantizados por los servicios públicos, si queremos que aseguren el principio de igualdad que resulta inherente al concepto de democracia.


Además, la escuela, como instrumento a través del cual se conduce a la educación y a la formación de las personas, siempre ha estado fuertemente ideologizada. Una determinada manera de entender el mundo, de analizar las relaciones entre las personas y de tomar postura ante la sociedad que nos rodea.


Las culturas dominantes no pueden librarse de una lógica intención de perpetuación. Las clases dominantes no van a renunciar nunca a imponernos una determinada visión del mundo. Sólo desde las posturas hegemónicas de quienes ostentan el poder se niega esta realidad difícilmente contestable.


Así, el currículo oficial y el Sistema Educativo en su conjunto está estructurado de una determinada manera que sirve a unos intereses ideológicos: de orden político, social, económico, etc.


Ahí, los maestros que se plantean la necesidad de ser asépticos, neutrales, les resulta inútil. Todos hemos desarrollado nuestras propias formas de vivir y de interpretar el mundo, tenemos convicciones, creencias y dudas; eso es lo que transmitimos.


Pues quien entra en un aula, como quien asiste a cualquier otro tipo de trabajo, nunca lo hace libre de su trayectoria personal, de sus problemas personales y sus alegrías, de las emociones. La forma de dirigirse a los demás, de analizar las diferentes situaciones, de mediar en los conflictos; cada cosa que hacemos nos retrata ideológicamente.


Echando la vista atrás, en los años ochenta (España acababa de salir de una dictadura) se produjo un florecimiento de la educación pública, se convirtió en una especie de símbolo de la nueva sociedad que resurgía de la opresión, de la ideología impuesta. Volvía la posibilidad de elegir, la libertad. Y la escuela pública representaba la igualdad entre todos los ciudadanos, la equidad y la abolición de la diferencia de clases.


Y los maestros asumieron este reto, creyeron en la escuela pública. Ayuntamientos, sindicatos, etc. Se sucedían para apoyar la función docente. Los centros habían adquirido un notable margen de autonomía, a la búsqueda de respuestas ajustadas a la situación particular de cada instituto. Pero esa “alegría” duró poco. Pronto la Administración, no importó el signo político, vio un peligro en todo ello y comenzó un proceso de normalización progresiva.


Prueba de ello, es que en los últimos años se han perdido recursos y apoyos fundamentales, se han desmantelado programas educativos que gozaban de gran tradición, los Centros de Educación de Personas Adultas ven su continuidad seriamente amenazada, etc.


Todo ello mientras asistimos al despilfarro obsceno de millones por un jugador de futbol, a los ingresos fraudulentos de muchos políticos, a los beneficios de las entidades financieras cuya viabilidad se garantiza con indecentes inyecciones de dinero público.


Son los modelos que presenta nuestra sociedad y que difunden los medios de comunicación, los valores hedonistas imperantes, la persecución del triunfo cómodo y del dinero fácil, los verdaderos enemigos de la función educadora de la escuela.

Si somos capaces de elevar el nivel cultural estaremos invirtiendo en una sociedad más moderna, más igualitaria y más libre.

Comments


Posts destacados
Posts recientes
Buscar por Tags
Sigueme
  • Facebook Classic
  • Twitter Classic
  • Google Classic
Sigueme
  • Blogger Classic
  • Google Classic
  • YouTube Classic

© 2013 Juan A. González

Desarrollado por: D¡ME

bottom of page