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Aprendamos a convivir

  • Foto del escritor: mentestudiosa
    mentestudiosa
  • 9 dic 2014
  • 2 Min. de lectura

Hay que aprender a convivir y disminuir las asperezas de la convivencia. Aprender a convivir es un arte en el que la psicología, la cultura y la ética van a intervenir e interferirse continuamente.



Un recurso a fomentar para llevar una vida de convivencia digna, es la “sociabilidad”. Desarrollar las capacidades, asimilar los valores, adquirir las destrezas que una sociedad considera imprescindibles no sólo para vivir, sino para el buen vivir.



Las normas morales son impuestas por la sociedad al individuo, en nombre del bien común. Aunque se precisa elaborar una noción de “bien común” en el que se incluya la autonomía, la libertad y la búsqueda de la felicidad de cada uno.



Lo que pretenden estas normas es fomentar, en las personas, un buen carácter, un conjunto de hábitos operativos, de capacidades o recursos, que aumenten su capacidad de obrar bien. El cumplimiento de los deberes es necesario para que pueda establecerse uno de los sentimientos imprescindibles para todo tipo de convivencia: la confianza.



Unos objetivos indispensables para una buena convivencia son:



  • Limitar los conflictos y establecer buenos modos para resolver los inevitables.



  • Instituir eficientes y plurales vías de comunicación.



  • Fomentar los sentimientos de la sociabilidad: compasión, respeto, justicia, autoestima propia y ajena, generosidad, altruismo.



  • Desarrollar la capacidad de cooperar en metas comunes.



  • Defender una ética de la justicia y del cuidado.



Por ejemplo, los niños japoneses son educados en una cultura de la interdependencia o “amae”. Mientras que la cultura del ego occidental está centrada en el individuo; y la personalidad tipo que promueve es autónoma, fuerte, competitiva, activa, asertiva, agresiva. Por el contrario, la cultura japonesa subraya las relaciones y fomenta una personalidad dependiente, humilde, autolimitada, tierna, flexible y adaptable, armoniosa, pasiva, obediente y no agresiva.



La dificultad de sobrevivir fuerza a las personas a convivir, es una situación inevitable. Porque las dificultades de la convivencia surgen del enfrentamiento de los deseos y de los intereses.



Buen ciudadano es el que sabe convivir bien, el que ayuda a crear una sociedad que aumente el bienestar de cada individuo, amplíe sus posibilidades vitales y defienda su dignidad.



Aspiramos a una convivencia entre personas autónomas, que no sean islas ni desaparezcan en la colectividad. Pero resulta imposible una convivencia satisfactoria sin un sentimiento de afecto, de interés por el otro y por su felicidad. El reconocimiento de los propios fallos y la capacidad de cooperar son grandes recursos que hacen la convivencia agradable.



Nuestra permanente relación con los demás “obliga” a hablar de dos tipos de felicidad:



  • La íntima, que debe caracterizarse por ser: compatible con la de los demás, compartible (no ser absolutamente solitario) y cooperativa.



  • La pública, depende de nuestra permanencia a una sociedad.

Las conductas de colaboración forman parte de nuestra convivencia. La responsabilidad es un modo de comportarse, y se aprende poniéndola en práctica; porque cambiamos de actitud al interaccionar con los demás.


Para convivir bien con nosotros mismos, tenemos que acertar con el punto justo de dependencia e independencia de los demás. Ya que fomentar la convivencia con uno mismo trata de favorecer: la seguridad básica, deriva del sentirse querido; la autoestima social; y el aprendizaje de la dignidad.


Nuestra felicidad depende de que sepamos integrarnos en un proyecto social, que seamos capaces de colaborar, entendernos, comunicarnos.

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