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¡¿Queremos seguir comportándonos sólo como miembros de una manada?!

  • Foto del escritor: mentestudiosa
    mentestudiosa
  • 27 ene 2015
  • 3 Min. de lectura

Las especies que han sobrevivido en el tiempo geológico son las que supeditaron los intereses básicos del individuo al cuidado y la supervivencia de su propia especie. Las hormigas, avispas y abejas son el exponente del éxito de la manada.


Cada colectivo o tribu posee idénticas emociones básicas y universales, que son las de la especie. El entorno y la cultura específica determinan la identidad social de pertenencia a un grupo concreto, que se manifiesta de modo distinta.


El poder yace en el entramado afectivo y emocional de la especie para sobrevivir. Los sentimientos de la manada son intocables, los rasgos de la conciencia social son transitorios. Las emociones grupales o colectivas son las más peligrosas, traumáticas y obtusas que las emociones individuales negativas, como el desprecio o la rabia.


Tenemos una herencia fundamental que nos arrastra, son:

  • Las lealtades inconscientes; la carga de pensamientos, comportamientos y miedos que pueblan nuestro cerebro y vida. Es un motor poderoso del comportamiento. Nos mueve la necesidad de ser leales a las personas que nos acompañan, a nuestros seres queridos; nos gobiernan los vínculos.

  • Los esquemas emocionales; perfiles de comportamiento adquiridos de experiencias vitales.


La fuerza brutal de los siglos de condicionamientos genéticos y culturales, nos hacen tener algunas reacciones anacrónicas. Las repercusiones de nuestros vínculos y filiaciones tienen una base biológica y no meramente mental.


Hay conductas contagiosas fácilmente, como huir sin motivo aparente, por el simple hecho de ver como lo hacen otros, sin preguntarnos a priori por qué. Quizás porque nos puede el instinto de supervivencia y reaccionamos instintivamente.


Es fundamental el papel desempeñado por las creencias y convicciones, heredadas del pasado, a la hora de configurar el futuro. Son pautas de conducta excelentes hace miles de años, que han dejado de ser útiles y que, no obstante, siguen vigentes.


Estas convicciones heredadas nos impiden comprender lo que vemos; no posibilitan que podamos predecir el futuro, pues únicamente sabemos imaginar el futuro recomponiendo el pasado. Y nos predisponen a pensar el futuro sólo en términos del pasado.


Y se considera que cambiar de opinión es una frivolidad; pues lo contrario es entendido como señal de cordura y lealtad. No queremos cambiar de opinión a pesar de disponer de todos los requisitos mentales para hacerlo; tiene que ver con el poder avasallador de las convicciones propias, frente a la percepción real de los sentidos.


Una vez tomada una decisión es difícil cambiarla. Una vez elegida una opción entre varias alternativas, cuanto más irrevocable es la decisión, más llena de sentido parece la opción tomada.


El cerebro detesta alterar sus costumbres porque en ello se juega la supervivencia. Una vez que en el cerebro ha tomado forma un cambio determinado y que éste queda bien establecido, puede impedir que ocurran otros cambios.


Pues hay zonas activas de la neocorteza cerebral que se bloquean cuando, a la persona, se le da información disonante (atenta contra sus convicciones), tanto en asuntos importantes como secundarios. La disonancia cognitiva es un conflicto entre dos ideas simultáneas y contradictorias que crean desasosiego y estrés en las personas.


Así, cuando se trata de cuestiones sobre las que se tienen sentimientos viscerales, no resulta fácil distanciarse. Hay un impulso vocacional del cerebro para elucubrar en lugar de reflejar fielmente la realidad. Como vivimos en un mundo donde no impera la certeza, puede ser mejor decidir a partir de un solo componente (una o dos buenas razones) de la poca información disponible, que de muchos.


Pero podemos aprender gracias al disfrute y a la superación de obstáculos, o podemos estancarnos en los defectos y las torpezas de las circunstancias heredadas. Nuestra libertad reside en cómo lo afrontamos.


La armonía y el sosiego individual no dependen de opciones individuales que sólo atañen a la persona observada. La felicidad y ánimo de la persona depende de los valores del mundo que habita y del entramado organizado con los demás.


La felicidad va más allá del comportamiento individual y depende de la organización social. Si las plantas o los animales fueran por la vida solamente compitiendo, intentando desbancar a los demás, fracasarían; su éxito depende de que sepan cooperar.


Cada uno decide cuánta coherencia quiere aportar a su vida, qué sacrificios le compensan, qué precio pagará por cada decisión tomada.


Lo que suele caracterizar las vidas valientes no es la ausencia de miedos, sino creer que su prioridad es abordar y transformar la realidad circundante a pesar del miedo. No es la realidad dada la que dicta la vida, sino la medida en que se puede incidir y transformar esa realidad; para ello se ha de ser capaz de dejar atrás los lastres que las atan, las circunstancias y las creencias que las condicionan.


A veces, dejemos de seguir automáticamente impulsos

e intentemos reflexionar antes.

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