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En busca de la pasión y del sentido de la vida

  • Foto del escritor: mentestudiosa
    mentestudiosa
  • 4 feb 2015
  • 3 Min. de lectura

La falta de pasión se ha convertido en uno de los problemas más acuciantes de una sociedad obsesionada con la vida urbana, el confort, las soluciones rápidas. Vivir se ha convertido en un camino que exigimos que sea seguro; no queremos correr riesgos.


Lo que necesitamos es que se nos enseñe a sacar partido de la capacidad para amar y crear que tenemos, contradiciendo las respuestas automáticas almacenadas en la mente.


Nos movemos entre el deseo (nos atrae hacia estímulos) y el miedo, que nos incita a alejarnos de potenciales amenazas. Son los dos polos principales del sistema de supervivencia del cerebro.


Pero cada deseo suele implicar una elección; es decir, una pérdida. Cada prioridad refleja un poco los demás deseos, las demás necesidades.


Y lo cierto es que muchos deseos (ej. trabajo, amor) se topan con la frustración. La necesidad profunda no desaparece. Y desarrollamos estrategias automáticas para conseguir alguna forma de gratificación alternativa. Pues los deseos constantemente frustrados se vuelven desesperados, haciendo imposible disfrutar del presente, perdiendo el sentido de quien eres en realidad.


Así, el deseo vive una existencia contradictoria en nuestro interior: la sociedad nos incita a generar y saciar los deseos compulsivamente, a la vez que nos hace ver que es de egoístas y hedonistas entregarse a ellos.


No se trata de luchar contra los deseos, sino reflexionar y comprender qué les mueve; porque sólo es el inicio de algo más profundo.


Ocurre que valoramos más nuestras vidas a medida que superamos el umbral de la supervivencia, y gestionamos conscientemente unas vidas más largas, centradas en el buen vivir. Aunque no necesitamos algo especial para vivir, basta con ser lo más brillante uno mismo que sea posible.


Hemos de imaginar, pues ayuda a percibir el mundo circundante con más claridad, cuanto más imaginamos, más precisa se vuelve la imaginación y más sutil es la percepción del mundo que nos rodea, comprendemos mejor. Recuperar la imaginación es experimentar la vida de forma activa y plena.


Pero nos cuesta combinar, y equilibrar, la razón y la emoción. Hay un miedo a asumir demasiadas responsabilidades por la vida de los demás. Es más imprescindible aún, la coherencia vital, personal y social, en aquellos que, de alguna manera tienen la vida de los demás en sus manos.


Los límites obligan a configurar las prioridades y las necesidades personales; filtrar, elegir y asimilar son el resultado de poner y aceptar límites. La madurez emocional pasa por esta lección fundamental.


A veces tendemos a aferrarnos de forma inconsciente a nuestra tristeza y a nuestras injusticias como si fueran un bien preciado, somos reacios a dejar atrás aquello que nos costó demasiado. Sólo un exceso de miedo y de desconfianza en el futuro nos incita a aferrarnos a lo que nos hiere.


Aprendamos a transformar unas circunstancias que tal vez no son las que hubiéramos deseado, funcionar al margen de los demás. Porque todo puede arrebatarse a una persona excepto una cosa: la última de las libertades humanas, elegir la actitud vital ante cualquier circunstancia, elegir la propia forma de hacer las cosas.


Uno de los rasgos más sobresalientes de nuestro tiempo es la crisis de sentido (de la vida) a la que hoy nos enfrentamos. Porque vivimos en un mundo caracterizado por el agotamiento progresivo del poder de esos discursos sociales (religiosos, políticos, filosóficos, etc.) primordiales del pasado, a partir de los cuales conferimos un sentido a nuestra vida; contestaban las preguntas acerca de por qué la vida, nosotros y el mundo tenían su sentido.


Ser humano implica estar obligados a tomar una posición respecto de nuestro ser. Un presente satisfactorio generalmente lo es debido a que visualizamos un futuro lleno de posibilidades. Esta necesidad de posibilidades futuras nos habla del sentido de incompletud con el que los seres humanos transitamos por la vida.

No podemos vivir sin darnos un sentido a nosotros y al mundo.

Las respuestas del pasado no pueden darnos salidas tan efectivamente como lo hicieron alguna vez.

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