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Unos apuntes sobre el pensamiento libertario. Primera parte.

  • Foto del escritor: mentestudiosa
    mentestudiosa
  • 26 mar 2015
  • 2 Min. de lectura

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Libertarios son los movimientos y posiciones que, no necesariamente anarquistas, se adhieren a principios básicos como los vinculados con la democracia directa, la asamblea o la autogestión. Como contraste, en la cultura política norteamericana, el adjetivo inglés correspondiente a libertario es “libertarían”: individualismo extremo, individualista y posesivo.


El término “anarquista” incorpora una carga ideológica y doctrinal mayor que “libertario”. Cabe suponer que anarquista es quien ha leído y se adhiere a las ideas expresadas por autores como: Bakunin, Kropotkin, Malatesta. Pero, son mayoría los anarquistas que asumen las reglas del juego de la práctica libertaria (democracia directa, asamblea y autogestión).


Se ha producido una mutua vivificación del pensamiento libertario con otros movimientos afines como: el pacifismo; el antimilitarismo; la contestación al racismo, al imperialismo; el vegetarismo; la defensa de los derechos de los animales; el plantar cara a la globalización, la preocupación por la ecología.

Los libertarios siempre han asumido una defensa cabal de la persona y de sus potestades. Mientras que los anarquistas han atribuido eventualmente significados diferentes a la libertad, que entienden como un elemento central en cualquier proyecto emancipatorio.


Aunque muchas de las críticas recibidas por el pensamiento libertario no se refieren al sentido general del proyecto que promueve, sino, de manera más precisa, a su viabilidad. Es extremadamente frecuente que se señale, en particular, la condición presuntamente utópica de aquél, alejada de las posibilidades reales que ofrecen las sociedades humanas. Pero es al mismo tiempo muy realista en la medida en que sus cimientos se asientan en tradiciones de ayuda mutua hondamente asentadas.


El pensamiento libertario hace gala, por un lado, de un innegable pesimismo con respecto al poder. Muestra un notable optimismo, por otro lado, en lo que atañe a la posibilidad de reflotar relaciones humanas marcadas por el código de la igualdad y de la solidaridad.


Los libertarios reclaman un rechazo constante de la delegación. “Si las elecciones permitiesen cambiar algo, habrían sido abolidas”. Aunque precisan: no es lo mismo ejercer el voto en grupos de adscripción voluntaria, que en el marco de elecciones reguladas, interesadamente, por las instituciones.


En el mundo libertario hay una defensa franca de la democracia directa, basada en:

  • El rechazo de la delegación y la representación.

  • La petición de organizaciones sin coacciones ni liderazgos.

  • El repudio de cualquier tipo de gobierno.

Lo cual exige un previo y activo proceso de descentralización, de descomplejización y de reducción del tamaño de las comunidades políticas.


Pero, la democracia directa tiene un correlato inevitable: el que proporciona la acción directa, la protagonizada por nosotros mismos sin mediaciones ajenas (partidos políticos, etc.), autogestionadamente y encaminada a controlar la propia vida, de modo que retengamos la capacidad de decisión. Lo cual aconseja obviar cualquier demanda/negociación con quienes ejercen el poder.


Es cierto que muchos libertarios contemplan la participación en elecciones de ámbito local, en las cuales es más posible mantener elementos característicos de la democracia directa. Pero este proyecto municipal implica asumir las reglas del juego político que el sistema impone; y puede abocar a formas tradicionales marcadas por la delegación y la representación.

La opción libertaria sostiene que la revolución debe asentarse

en apostar por la organización social desde la base.

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