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Y sufrimos, ¿por qué?

  • Foto del escritor: mentestudiosa
    mentestudiosa
  • 22 jul 2015
  • 3 Min. de lectura


Tras la lectura de uno de los libros (“Emociones destructivas, cómo entenderlas y superarlas”) de Daniel Goleman, y analizándolo, se llega a la conclusión que la mayor parte de nuestro sufrimiento deriva de emociones como el odio; que es una de las emociones negativas/destructivas que dañan a los demás o a nosotros mismos.


También, la búsqueda del progreso material a expensas de la satisfacción proporcionada por el desarrollo interno, acaba desterrando los valores éticos de nuestra vida; lo cual nos genera infelicidad, porque no deja lugar a la justicia y la honestidad en el corazón del ser humano.


Sí, hay multitud de emociones negativas; se pueden resumir en:

  • Odio, es el deseo profundo de dañar a alguien o de destruir su felicidad.

  • Deseo, nos conduce a una modalidad falsa de aferramiento al propio modo de percibir las cosas.

  • Ignorancia, impide la aprehensión lúcida y fiel de la realidad.

  • Orgullo, menospreciar a otros, valorar desproporcionadamente nuestras cualidades, falta de reconocimiento de nuestros defectos.

  • Envidia, la incapacidad de disfrutar de la felicidad ajena.


Podrían considerarse estas emociones como subproductos de algo útil en la conducta humana, que carecen de importancia para la supervivencia y que, en ocasiones, pueden resultar negativas. Esto es aplicable a emociones aflictivas como el deseo, la ira, el miedo o la tristeza, que cuando superan un determinado umbral se tornan destructivas.


Aunque sigue siendo cuestionable si las emociones básicas que antaño desempeñaron una función evolutiva, se han convertido en elementos que ya no necesitamos.


Pero, independientemente de estas consideraciones, podemos utilizar algunas habilidades, para que nos faciliten el control de esas emociones; como, por ejemplo: la atención, la autoconciencia, el autocontrol, la responsabilidad, la empatía y la compasión. Y, por supuesto, enseñar al cerebro a funcionar constructivamente y reemplazar, así, el deseo por el gozo, la agitación por el sosiego y el odio por la compasión.


Y como no podemos sentir, a la vez, emociones antagónicas tenemos la posibilidad de usar la emoción a modo de antídoto; ej: deseo de hacer daño y (su antídoto) amor altruista. De esta manera, cuanto más cultivemos la amabilidad, la compasión y el altruismo más disminuirán el deseo opuesto de infligir algún tipo de daño.


Según el budismo, las emociones destructivas impiden que la mente perciba la realidad tal cual es; ya que establecen una distancia entre apariencia y realidad, empañando nuestra capacidad de realizar una evaluación correcta de la naturaleza de las cosas. Asimismo, restringen nuestra libertad de encadenar nuestros procesos mentales obligándonos a pensar, hablar y actuar de manera parcial.


Tengamos en cuenta que el momento en que cobramos conciencia de nuestra emoción se produce, entre medio segundo y cuarto de segundo, después de que se haya producido; nos hallamos a merced de ella antes de haber advertido su presencia. Sentimos como si la emoción fuera algo ajeno que nos sucede y en modo alguno podemos controlar su aparición.


Cuando han emergido plenamente, las emociones poseen un gran poder esclavizante. Y durante un periodo (unos pocos segundos o mucho más) no estamos en condiciones de admitir nueva información o si lo hacemos la interpretamos mal. El primer paso consiste en identificar el detonante que desencadena la situación, después reflexionar y reevaluar lo ocurrido.


Y no olvidemos que las emociones se adueñan, poco a poco, de la mente; acaban transformándose en estados de ánimo y en rasgos temperamentales.


Por todo ello, la meta no sería reprimir las emociones, sino encauzarlas utilizándolas para comprender la naturaleza de nuestra mente y observando cómo desaparecen. Necesitamos adiestrarnos para que nuestro estado mental básico sea como un buen sistema inmunológico emocional, para hacer frente a la ira, el apego o los celos. Y así detectar los signos que auguran la proximidad de las emociones.

No se trata de erradicar (pues resulta imposible en un contexto secular) por completo emociones como el enfado, sino de disponer de otras opciones

que nos permitan abordar más eficazmente la situación.

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