¿Premio al trabajo?
- mentestudiosa
- 18 oct 2015
- 3 Min. de lectura

El pasado día 17 de octubre de 2015 he recibido un diploma, de la Comunidad de Madrid y el Metro de Madrid, de reconocimiento por una actuación meritoria.
En un acto institucional, con la presencia de directivos de Metro y del Consejero de Transportes de la Comunidad de Madrid. No faltaron las fotos, las declaraciones, la mediatización del acto.
Porque han considerado que realicé una labor muy profesional y destacable el 19 de febrero de 2014 en la estación de Manuela Malasaña (Línea 12). Cuando un viajero, Aniceto, se desplomó súbitamente al bajar al vestíbulo, acompañado por Perfecta (su esposa y pareja desde hace 50 años); a poca distancia de donde me encontraba, prestando servicio como responsable de la estación.
Sufrió un infarto de miocardio, otro más en pocos meses, más grave que los anteriores. Inmediatamente una viajera (Mª Ángeles) se pudo a darle masaje cardiaco; otra (Ángeles) atendía a la desconsolada mujer; otros compañeros multifuncionales (David y Pedro) colaboraron de diferentes maneras; mientras, yo contribuía para que respirase, informando de los hechos y de la urgencia de la ayuda; una joven enfermera (Eva) que volvía a su casa tras una dura jornada ayudó también; unos compañeros vigilantes (Roberto y Rubén) en cuanto llegaron participaron activamente...
Pero no, este suceso no lo considero algo extraordinario. Porque como trabajadores y como personas lo tendríamos que hacer, convivimos en sociedad, hemos de ser solidarios y apoyarnos mutuamente.
Son otros quienes hacen de estos casos una manipulación vergonzosa, de imagen.
Yo lo entiendo como un reconocimiento, ante todo, a Aniceto y a sus familiares. También a todos los que participamos en este suceso, no sólo los compañeros, ni los amigos vigilantes de seguridad, sino las viajeras (ahora, también, amigas) que transitaban en ese instante, o la enfermera que regresaba a su casa. Que de manera desinteresada, todos y todas, espontánea e ilusionadamente nos involucramos y lo volveríamos a hacer.
Claro que hay críticas, y puede que otras acciones no hayan sido reconocidas, o que alguno se sienta por encima de los demás. Puedo asegurar que no es mi caso, ni el de los que estuvimos en esa dramática circunstancia. Fuimos un equipo, con un único objetivo: Aniceto.
Nos preocupamos de la persona, con empatía, asistiéndola lo mejor que podíamos y sabíamos. Sin escatimar esfuerzos, sin perder la confianza en que podríamos lograrlo, luchando sin descanso, viendo posibilidades donde otros no las veían, “ciegos” por la emoción que nos embargaba.
No había que distribuir las tareas, cada uno hacíamos lo que estaba en nuestras manos fijándonos en los demás, en lo que requería el momento. Nos coordinamos bien, aislándonos de los curiosos, de los mezquinos. Lo realizamos en base a nuestra cualificación y formación, a la experiencia, sin motivos interesados, porque creemos que debíamos hacerlo.
Conseguimos que, minutos después del incesante esfuerzo conjunto, recuperase la consciencia y abrazase otra vez la vida. Momentos después llegó la asistencia médica.
Desgraciadamente, al cabo de pocas horas Aniceto falleció; a pesar de la intensa voluntad de los sanitarios no logró superar otros ataques que se repitieron.
Nuestro “premio” fue el agradecimiento de su familia por lo que habíamos hecho con su padre, con su madre. Unos familiares, a quienes habíamos avisado, y que pudieron estar juntos a él en esos últimos momentos, sintiendo en compañía su dolor.
Es lo que tú sientes lo que importa, no lo que otros crean que has de sentir. Sí, considero que puede ayudar a humanizarnos, a saber que es posible hacer lo que se pueda por otro, desconocido tal vez, a amar lo que hacemos; porque también es importante.
(Véase post “Estar preparado ante graves imprevistos” de 20/2/2014)
Por todo ello, yo no me considero excepcional, pero tengo la fortuna de conocer a buenas personas.
Comentarios