Los incluseros
- mentestudiosa
- 13 feb 2016
- 2 Min. de lectura

Según me cuentan se producía recientemente, en el siglo pasado, tras la Guerra Civil española… ¿aún todavía?.
Eran niños y niñas que habían sido:
Abandonados, con el anonimato del/de los progenitores; en una sociedad que repudiaba los hijos nacidos fuera del vínculo del matrimonio, por una sociedad que aborrecía la interrupción del embarazo (aún en casos de violación, o de esclavitud), que carecía de educación sexual básica.
Dejados, con resignación por alguno de los progenitores/tutores, por “necesidad”. Por una realidad de hambre y de penurias. Para que pudiesen encontrar sustento y un entorno que les protegiese más de lo que les podían ofrecer.
Admitidos en inclusas; ejemplo es la de Santa Cristina en el centro de Madrid, que fue clave.
Las familias que deseaban acoger a alguno de estos incluseros acudían a las capitales de provincia, a formalizar su decisión; tenían que hacerlo las mujeres en persona.
Si el niño o niña era menor de dos años, se precisaba que la mujer acogedora fuese madre reciente, para que pudiese darle de mamar; el periodo de lactancia se decía duraba hasta los dos años.
Los motivos por los cuales se recogía a incluseros eran variados; porque:
La creencia, ante casos de infertilidad o retraso en la maternidad, que “si acoges a un inclusero te nacerán hijos propios”.
En esas épocas, de calamidades, se quería disponer de algún ingreso (2 ó 3 pesetas al mes por infante), con el que ayudar al sostenimiento de la familia.
Se deseaba una familia numerosa, en muchas ocasiones para poder hacer frente a los numerosos quehaceres de la supervivencia.
El índice de mortalidad infantil, de abortos, de muertes prematuras dadas las condiciones de la época, era muy alto.
Se quería tener descendencia.
En su inmensa mayoría se llegaban a convertir en miembros de la familia de acogida, en plena igualdad que el resto de los hermanos, viviendo su vida unidos; y acababan siendo adoptados. Quienes eran “devueltos” a la inclusa, bien porque a los seis años de edad se acababa la aportación monetaria y/o, sencillamente, porque no podían continuar con su acogida, eran una minoría.
Cierto que, en ocasiones, se produjeron tratos diferenciados en el reparto de la escasa herencia de los padres. Cuando hay poco que repartir y muchas las necesidades para subsistir, se puede llegar a dificultar la igualdad.
El control por parte de las autoridades era escaso (salvo casos excepcionales de visitas mensuales de la Guardia Civil, para comprobar el estado del menor), excepto el abono de esas minúsculas cantidades, que evitaban que la Sociedad afrontase su deber de protección social de manera institucionalizada.
Los incluseros traían su nombre “asignado”, el decidido por las autoridades; el primer apellido, por supuesto, el de un santo o santa católico/a. Que sólo se cambiaba en el caso de la definitiva adopción.
Y alguno tenía la remota posibilidad de conocer algo referente a su origen, si era varón, cuando se incorporaba al Servicio Militar, obligatorio entonces.
Esto es lo que ocurrió en pueblecitos, en este caso de la provincia de Ávila, donde casi todas las familias tuvieron la posibilidad de contribuir; intuyo que no sólo ahí.
Es un retazo de la Historia, sesgada, dura, humana.
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