¡Miedo, miedo, miedo!
- mentestudiosa
- 27 jun 2016
- 2 Min. de lectura

El miedo es una emoción negativa muy contagiosa, y más cuando se propaga con visceralidad, haciendo temer por la propia supervivencia. Con él se actúa con pasión irrefrenable, reflexionando poco.
Tras ese miedo se puede ocultar, en muchas ocasiones es así, un deseo de no perder. Porque se cree que los demás formarían parte de una situación, en la que antes estaban excluidos, con la consecuencia de la participación en el reparto. Y nuestra consiguiente minoración de posición, de ventajas y de privilegios.
En estos casos la solidaridad, la empatía, decaen. En cambio, el recelo, la ansiedad e, incluso, la angustia, se extienden; se instala el temor excesivo e irracional. Y luego surge el odio, la ira, la confrontación; el lóbulo frontal derecho y la amígdala se activan, entran en funcionamiento los instintos primarios. La razón deja de existir.
En el fondo, quizás, está la concepción de una exacerbada propiedad privada, de un egoísmo personal acaparador que alimentan ese miedo.
La ilusión, entonces, afecta a la percepción y distorsiona la capacidad de percibir la realidad tal como es.
Se recurre a él con frecuencia, para tratar de obtener una posición beneficiosa. Recientemente, lo hemos padecido con el referéndum del Brexit en Reino Unido, en las Elecciones Generales en España el 26 de junio pasado.
Se magnifica el temor a los emigrantes, a otra manera de hacer las cosas, para aglutinar apoyos. No importa que quienes lo propongas sean unos corruptos, xenófobos, ladrones, demagogos… Se consigue asustando
Luego, puede, que venga el arrepentimiento en algunos, incluso la culpa. Pero no entre los instigadores sino entre los seguidores. Y no hay garantías para que no se repita; más bien certezas que vuelva a ocurrir.
Hemos de darnos cuenta de nuestra vulnerabilidad ante estas manipulaciones. Y más en periodos convulsivos, de pérdidas, de recortes.
Pues la mayoría de las cosas que nos asustan o enfadan son fruto de nuestro aprendizaje y, por ello, podemos desaprenderlas. Tengamos en cuenta que las cuestiones que almacenamos durante determinados periodos críticos, o que supongan cierta intensidad, resultarán más difíciles de erradicar.
Si queremos comprender la verdadera naturaleza del mundo, deberíamos admitir su indeterminación, comprender su multiplicidad y su posibilidad. Y no convertir nuestras afirmaciones, en torno a la verdadera naturaleza de la realidad, en modalidades incuestionables.
Librándonos del miedo, seguro, tendremos más libertad.
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