Una posible explicación
- mentestudiosa
- 18 nov 2016
- 2 Min. de lectura

Al fracaso de las comunidades “solidarias”, “utópicas”.
Me estoy refiriendo a experiencias puestas en práctica como los “kibbutz” israelíes, las comunas (religiosas o políticas), las organizaciones sin ánimo de lucro.
Bien es cierto que la descomposición no fue, ni se produce, de manera tan acelerada en unas como en otras.
Ocurre, por norma general, que cuando las personas forman parte de un grupo se acaba produciendo, en algunas de ellas, una tendencia a la desidia, a la holgazanería, a la vagancia; aplíquese el adjetivo que se considere más apropiado.
Somos altruistas, pero hasta cierto punto. Si constatamos que otros no muestran similar empeño como el nuestro, en la tarea común, acabamos sintiéndonos defraudados y perdemos entusiasmo. Surgiendo las tensiones y los conflictos entre miembros del grupo; mentiras, celos, peleas por imponerse. ¿Por qué?
Quizás porque necesitamos saber la aportación que cada participante realiza a la comunidad, al bien común. Para sentirnos de acuerdo, satisfechos, no estafados, con nuestra colaboración. Pues rechazamos que no exista reciprocidad; queremos justicia, equilibrio entre lo que damos y lo que recibimos.
No nos gustan los aprovechados, que prosperan a expensas del grupo. Y si no se evita que surjan, la actividad y la cuestión conjunta se resienten, el recelo se apodera y se aminora el esfuerzo, se reducen las ideas y se “tira con menos fuerza”.
Hay maneras para evitar o ralentizar estos problemas, y alargar la convivencia: el control. Sí, el control del grupo a las aportaciones que hacen los componentes del grupo. No se trata nombrar un “policía” o “fiscal”; hay fórmulas como los debates en conjunto, con la exposición de las funciones y resultados. En definitiva, “rendir cuentas” ante los demás.
Confiar en la perenne motivación de todos en el proyecto común es una utopía. No se ha producido, ni se podría hacer, una selección de idénticas personalidades; todos somos diferentes, aunque sólo sea mínimamente. La lealtad y generosidad sinceras no han de ser sólo promesas iniciales, tienen que ser realidades, avaladas por hechos constantes y transparentes.
Y conseguir, basándonos en el libre albedrío personal, que todos sigan compartiendo una idea engarzada,
es complejo porque evolucionamos distintamente.
No somos clones.
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