Arrastrado

Así suele ocurrir, cuando la muchedumbre se pone en marcha. Unos son atropellados por otros que conducen la marcha.

En ocasiones, el camino conduce a un callejón sin salida. Unos sí lo ven y, aún así, lo que quieren es que sean muchos los encerrados en esa calleja sin perspectiva, para conseguir una impunidad a sus acciones; entienden que al ser tantos no puede haber castigo. Porque han entendido que no podrán alcanzar sus objetivos.

Otros, la mayoría, están ensordecidos por el estruendo de las movilizaciones (infrecuentes en su vida cotidiana) y con la vista nublada por los acontecimientos (novedosos). Por ello, son ignorantes de las verdaderas consecuencias; andan sin rumbo propio, sólo con el marcado por los dirigentes. Pasan a defender y exaltar lo que antes se rechazaba, contra lo que se luchaba recientemente.

Es difícil tomar otro rumbo si se está presente. Luego, puede que vengan las lamentaciones. Lo que, seguro, aparecerán serán las justificaciones.

No hay respeto a los demás, ni a las ideas. Así no es posible entenderse. El orgullo personal se desborda, a la par la rectificación desaparece. La testarudez toma el poder.

No importa la realidad de lo sucedido, ya se tiene el mensaje y la respuesta preparada; cada cual cree que su propia verdad es la única. Surgen las exageraciones, las escenificaciones teatrales, las fabulaciones. El tiempo las dejará al descubierto fácilmente.

Pero como la tensión no se puede mantener mucho tiempo de manera continuada, ya que no hay cuerpo que lo aguante, cuando se rebaje la presión y se pueda pensar con cierta tranquilidad, será un posible momento para hablar. Pues las desilusiones afloran y la cruda realidad reaparece: si queremos convivir hay que respetarse, no podemos hacer lo que nos venga en gana a cada uno, sino en conjunto.

Es el momento de buscar una salida.