Expresar la verdad con respeto al otro.
- mentestudiosa
- 7 abr 2018
- 2 Min. de lectura

Estamos habituados a evaluar a los demás, juzgarlos y etiquetarlos sin revelarles nuestros propios sentimientos, sin atrevernos a plantear demandas realistas y negociables en sus relaciones con los demás.
Unas características, de este funcionamiento mental, que nos hacemos a nosotros y/o que imponemos a los demás, son:
Los juicios, etiquetas, categorías. Juzgamos al otro, o a una situación, por lo poco que hemos visto de ellos, y lo tomamos por toda la realidad.
Los prejuicios, a priori, creencias estereotipadas y automatismos. Fabricamos y/o propagamos creencias que se han verificado. Se trata de expresiones que son esencialmente reflejo de nuestros miedos. De este modo nos encerramos, y encerramos a los demás, en una creencia, un hábito, un concepto.
El sistema binario, o la dualidad. Hemos adquirido el hábito tranquilizador de formular las cosas en blanco o negro, en positivo o negativo; practicamos esta lógica de exclusión y división. Pero la realidad es infinitamente más rica y matizada.
El lenguaje desrresponsabilizador. Hemos aprendido a trasladar a los demás, o a un factor exterior a nosotros, la responsabilidad respecto a nuestros sentimientos.
¿Te reconoces?
Pero no comprendemos que señalar los hechos objetivamente nos suele permitir resituar las cosas y desactivar los prejuicios (creencias, y los “a priori”) que tienen la tendencia de invadirlo todo.
Y aunque el aspecto fundamental de la comunicación es transmitir el sentido de lo que hago o de lo que quiero, no existe en la comunicación distinción entre sentimientos positivos y negativos.
Porque comunicar es expresar y recibir un mensaje, es expresarse y dejar expresarse al otro, es escucharse a uno mismo y escuchar al otro y, con frecuencia, asegurarse de haberse escuchado bien mutuamente.
Nos asusta constatar nuestra diferencia respecto el otro, lo solemos vivir como un riesgo; así que la evitamos o rechazamos. Así nos acostumbramos poco a acoger la diferencia del otro, y la evitamos o rechazamos. Toleramos al otro en la medida de que “es igual” o “nos ama”.
Pero hay que bascular hacia la confianza. Para así dedicar la energía, consagrada a combatir los miedos, a la acogida de la novedad. Maximizando nuestra capacidad de expresión de lo que sentimos, y a potenciar nuestra facultad de recepción de los sentimientos y las necesidades de los demás.
No se puede cambiar al otro; pero lo que se puede hacer es cambiarnos a nosotros mismos y modificar nuestra manera de ver al otro.
Lo que ocurre es que si nosotros cambiamos el otro cambia también, o hay más posibilidades que cambie si nosotros aceptamos cambiar.
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